Cuando una persona se somete a una cirugía para extirpar la vesícula biliar —procedimiento conocido como colecistectomía— el cuerpo debe adaptarse a una nueva forma de procesar las grasas. Aunque se puede vivir sin este órgano, su ausencia implica ciertos cambios digestivos que conviene conocer para mantener una buena salud a largo plazo.
La vesícula biliar cumple la función de almacenar y liberar la bilis, un líquido producido por el hígado que ayuda a descomponer las grasas durante la digestión. Sin ella, la bilis ya no se acumula entre comidas, sino que fluye directamente del hígado al intestino delgado de forma continua, lo que puede afectar la eficiencia con la que el cuerpo maneja las grasas.
Uno de los efectos comunes tras la cirugía es la aparición de digestiones más ligeras pero a veces más rápidas o irregulares, especialmente en los primeros meses. Algunas personas pueden experimentar molestias como hinchazón, gases o incluso evacuaciones más blandas después de consumir alimentos grasos o muy condimentados. Estos síntomas suelen disminuir con el tiempo.
También es posible que el cuerpo tarde un poco en adaptarse a digerir comidas muy abundantes o ricas en grasa, ya que no cuenta con una “reserva” de bilis para liberar en el momento justo. Por eso, los médicos suelen recomendar fraccionar las comidas, reducir la cantidad de grasa en la dieta y mantener una alimentación balanceada.
En casos menos frecuentes, algunas personas pueden desarrollar lo que se conoce como síndrome poscolecistectomía, que incluye síntomas digestivos persistentes como dolor abdominal, diarrea o acidez. Estos cuadros requieren seguimiento médico para descartar otras afecciones y recibir un tratamiento adecuado.
En resumen, vivir sin vesícula biliar es perfectamente posible, pero implica ciertos ajustes en el proceso digestivo. Con una dieta adecuada, buenos hábitos y seguimiento médico, la mayoría de las personas puede llevar una vida normal y saludable sin complicaciones mayores.